La primera vez que tuve que echar gasolina al coche, la lié. No tanto como la del cloruro de sodio, pero el efecto bien podría haber sido parecido. Fue tan simple como no soltar el gatillo cuando sacaba la manguera del depósito. Allí sin reparo me puse a rociar el coche, la rueda, el suelo, las zapatillas...todo lo que pillaba a mi alcance y por supuesto allá donde miraba, ya lo dice el dicho "donde pongo el ojo, pongo la bala". Lo mejor de todo es que fue gasolina que por supuesto luego tuve que pagar.
Después, ya en carretera, menudo olorcito...llegamos a pensar que nos íbamos a inmolar, menos mal que no saltó la chispa que cualquier padre nos habría dicho en aquellas circunstancias. Sí, unas inconscientes, pero moriríamos felices. Allí estábamos las tres riéndonos sin parar.
Pensaba que era de las pocas personas, primero, que admitiría una tontería así y, segundo, que hubiera gente que me superara. Hace cosa menos de un año, llegó una de mis compañeras de trabajo oliendo a gasolina, las manos negras y con la ropa llena de plumas (igual que el ladrón de "Solo en casa"). Soy de risa fácil, pero es que aquello se me escapaba de la lógica. La pobre se había quedado sin gasolina y se echó por encima parte de la que te venden en bolsas en la gasolinera. La mala suerte quiso seguir estando de su lado porque el plumas que llevaba puesto soltaba más pluma que calor.
Y pensar que de pequeña me gustaba el olor a gasolina.....
2 comentarios:
Jajajajajaja, cuando leí lo de las plumas ya me estaba imaginando una historia con un pato de por medio.
jajajaja!! en plan pirómana en el retiro no? Fue muy divertido, me he reservado detalles. De verdad, lo que no le pase a ella, no le pasa a nadie.
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